AMARGA COMPAÑIA
Todo estaba dispuesto, aunque nadie lo supiera porque la vida no avisa.
Esa tarde Linda regresaba de su trabajo como empleada de hogar. Fue el único empleo que Linda pudo encontrar para ingresar dinero en casa a pesar de tener una licenciatura en empresariales y dos idiomas.
Su
edad, 50 años y sus tres hijos parecían ser un gran impedimento en esta
sociedad a la hora de presentar su candidatura en las ofertas de empleo que
publicaban las empresas. No le quedó más remedio que mantener su sabiduría
dentro de ella y dedicarse a esa otra faceta que como madre y esposa también
desempeñaba a la perfección.
Linda
sabía que lo más importante en la vida no es el estatus social que te puede proporcionar
un empleo de calidad, ya había pasado por esa época en su juventud, antes de
conocer a Benjamín.
Benjamín,
un joven apuesto que trabajaba bajo sus órdenes como contable en el
departamento de administración de una reconocida multinacional.
Los
días duros de trabajo hicieron que compartieran muchas horas juntos. Esas
comidas y cenas de empresa, los cafés a media mañana y los de por la tarde para
despejar los sentidos fueron los que crearon en Linda la ilusión por estar
junto a Benjamín el resto de su vida.
Con
esa pretensión comenzaron su andadura juntos un año después de mantener un noviazgo
de lo más tranquilo y dulce.
Pocos
meses después de vivir juntos en esa casa que Benjamín se había encargado de
buscar bastante distante de los padres de Linda porque decía que la familia debía
estar siempre lejos para no inmiscuirse en los asuntos de pareja, Linda se
quedó embarazada.
Fue
la excusa perfecta para que Benjamín hiciera creer a Linda que lo mejor para la
nueva situación era que ella dejara su puesto de trabajo y se dedicara al
cuidado de la familia ya que trabajando los dos afirmaba que era inviable llevar
bien una casa y educar a sus hijos.
A
Linda esta postura que Benjamín había planteado le pareció innecesario, pero
quería tanto a Benjamín que no podía pensar que existiera ni un ápice de maldad
en aquellos pensamientos y decidió aceptar su decisión sin poner objeción.
Así
que Linda cambió con agrado sus balances financieros, reuniones con clientes y
directivos por pucheros, lavadoras y cambio de pañales.
Fueron
años duros y solitarios para Linda, donde Benjamín parecía pasar más tiempo en
la oficina que compartiendo su vida con ella y con su hija. Apenas se cruzaban
un “Buenos días” o un “Hasta mañana”. La conversación se reducía a cero cuando
Linda comenzaba a contarle los problemas familiares a Benjamín, quién siempre se
levantaba alejándose de ella reprochándole lo pesada y aburrida que era.
Rápido
vinieron a sumarse a la familia dos varones y aunque la familia aumentaba,
también aumentaba la soledad que sentía Linda al ver que Benjamín no sólo no
compartía la responsabilidad como padre, sino que además cuestionaba cada paso
que ella daba en busca de defectos que, aunque no los hubiera siempre aparecía
algo que reprocharla colgándole después el letrero de “mala madre”.
Linda
sin darse cuenta había dejado de visitar a sus padres con asiduidad, había
perdido el contacto con sus amigos por el control exhaustivo que Benjamín tenía
sobre sus salidas y entradas al hogar. Se refugiaba en sus quehaceres diarios y
su familia era lo más importante en su vida, sus tres hijos y su marido, aquel
hombre que a pesar de no conocerle cuando le miraba aún sentía el amor que
había nacido en ella años atrás.
A
veces también se miraba ella misma al espejo y creía estar viendo en su reflejo
a otra persona, no podía encontrar en aquel rostro con tez pálida y ojeras a la
dulce joven emprendedora, siempre maquillada para cualquier ocasión y con esa
sonrisa que te genera la inocencia. Ahora tenía en su interior la sensación de
estar pérdida, un miedo atroz a tomar decisiones sin el consentimiento de
Benjamín y un gran vacío anhelando esos abrazos que le cobijaran y le hicieran
sentirse en paz.
Ahora
en su cabeza aparecían dudas y miedos que nunca antes de su casamiento había sentido
y, sólo cuando miraba a sus tres hijos era cuando volvía a sentir calma y recobraba
la sensatez que necesitaba para seguir adelante levantándose cada mañana con un
halo de ilusión.
Una
tarde Benjamín llegó a casa con una triste noticia, había sido despedido. La
multinacional alegaba que la crisis había hecho mella en la situación
financiera de la empresa y se veían en la necesidad de optimizar costes. Los 45
años de Benjamín suponían un coste elevado para la empresa y Benjamín sería reemplazado
por un par de becarios en prácticas. Por unos instantes esas palabras evocaron
los recuerdos que Linda tenía del tiempo vivido como directora Financiera, pero,
rápidamente bajó a la tierra, evaluó los daños reales y consoló a su marido tal
y como le hubiera gustado que hicieran con ella.
La
convivencia entre ellos antes del despido laboral de Benjamín no era cómoda, pero
el hecho de pasar juntos todo el tiempo entre ochenta metros cuadrados hacía
que Linda se sintiera más observada aún y cuestionada por cada paso y cada
respiración que daba. Constantemente podía sentir en su oído la voz alta de
Benjamín desfogando su frustración contra ella.
La
situación fue empeorando a medida que Benjamín veía pasar los años y que su cuenta
bancaria empezaba a estar en negativo.
Benjamín
no era capaz de encontrar un puesto de trabajo de acuerdo a su valía y tampoco
estaba dispuesto a bajar lo que él consideraba su estatus profesional. Pero sí
estaba dispuesto a echarle en cara a Linda todos los días los años de
manutención gratis, años de vagancia en casa según los llamaba él, años sin
aportar ni un euro, pero sí gastando su sueldo sin miramiento, cosa que era
totalmente incierta y que solo el mero hecho de escucharlo hacía que Linda se
sintiera tan pequeña que quisiera desaparecer como el humo en el aire.
Fue
entonces cuando Linda abrió los ojos por primera vez y observó con calma y claridad
la verdadera cara e interior de su marido. Se dio cuenta que había justificado
lo injustificable por el amor que sentía hacia él y se había estado engañando
así misma durante años. Ya era hora de despertar y de volver a encontrar en el
espejo el espíritu de esa joven emprendedora, luchadora y con ilusiones que
había enterrado poco después de casarse.
Linda
buscó y buscó sin éxito durante meses un puesto de trabajo para poder sacar
adelante a sus tres hijos, ya lo tenía todo estudiado en su mente, solo
necesitaba tiempo y un poco más de paciencia.
Una
tarde Linda salió a despejarse a la calle y vio un cartel pegado en la farola
de la esquina; “SE NECESITA EMPLEADA DE HOGAR”.
Le
faltó tiempo para quitar aquel papel y dirigirse a la dirección que indicaban
aquellas letras. Estaba cerca de su casa y no quería perder ni un segundo ni
oportunidad de conseguir aquel humilde pero digno puesto de trabajo.
Esa
noche Linda llegó a casa sonriendo, le habían aceptado en aquel trabajo.
Hacía tiempo que Benjamín no veía sonreír a su
mujer y a pesar de las buenas noticias que Linda traía, su cara no parecía
manifestar la alegría que era de esperar.
Linda
pudo recuperar con ese trabajo muchas de las cosas perdidas, entre ellas estaba
el color de sus mejillas que ya empezaba a maquillar junto con sus labios y su
pelo se tornaba también de nuevo con el color marrón que se había perdido con
los años.
Lo
que no pudo cambiar Linda fue la frustración que Benjamín llevaba dentro y que
parecía crecer cuando ella salía un día tras otro arreglada con semblante
seguro y contenta dirección a su trabajo.
Y
llegó esa mañana, una mañana como tantas en la que Linda se había vestido y
desayunado ya cuando Benjamín la sorprendió en la cocina aún recogiendo la taza
de café. Notó en su cara un gesto de dureza que la hizo estremecer y sin saber
de donde salieron sus fuerzas soltó rápidamente sin dejarle hablar esa frase larga
que llevaba días rondando por su cabeza. - Esto tiene que cambiar de una vez,
quiero que nos separemos cuanto antes, mis hijos vendrán conmigo-, y sin
esperar respuesta salió dirección a su trabajo.
Linda
finalizó su jornada laboral, tomo su bolso y se dirigió caminando a su casa, estaba
feliz y ansiosa de dar un giro a su vida. Por fin podía sentir el aire dentro
de sus pulmones, ese aire que tanto le había faltado en ocasiones paralizada
por un miedo desconocido.
No
eran apenas las siete de la tarde cuando giró la llave dentro de su puerta, sus
hijos aún estaban fuera dando un paseo con los amigos. Linda entró diciendo
como siempre. – Ya estoy en casa -.
Nadie contestó, lo que produjo en ella una sensación de frialdad que
recorrió todo su cuerpo.
Entró
en su habitación para quitarse los zapatos y ponerse cómoda, todo parecía
normal excepto que no sabía donde podía estar Benjamín. Duda que se resolvería
al entrar poco después en la cocina dispuesta a preparar la cena de sus hijos.
Ahí
estaba Benjamín con el rosto desencajado y lleno de rabia, casi en la misma
posición que le había dejado esa mañana después de plantearle su deseo de
divorcio. Benjamín se abalanzó sobre ella y la abrazó fuertemente, pero no fue
ese abrazo que Linda anheló durante años, sino que fue un abrazo teñido de rojo
por aquel cuchillo que portaba la mano derecha de Benjamín y que introdujo con
rabia varias veces en el cuerpo de Linda.
Linda solo tuvo tiempo para despedirse al aire
de sus hijos como si pensara que esas palabras pudieran llegar a sus oídos a
pesar de no estar ellos allí, cosa que la tranquilizó porque sabía que aquel
hombre que estaba aún de pie mirándola como agonizaba no hubiera tenido piedad
ni de sus hijos.
Todo estaba dispuesto, aunque nadie lo supiera porque la vida no avisa y puede cambiar nuestro destino en décimas de segundo.
Autor: Mar Mancebo Alameda (2018)
Todo estaba dispuesto, aunque nadie lo supiera porque la vida no avisa y puede cambiar nuestro destino en décimas de segundo.
Autor: Mar Mancebo Alameda (2018)