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Bienvenidos a mi Blog.
Brevemente os explico cual es el fin de dicho Blog.
Me considero una persona que disfruto y aprendo con todo lo que tengo a mi alrededor y he querido utilizar este medio para que otros también puedan disfrutar de mis conocimientos y experiencias.
No quiero centrar mis publicaciones en un solo tema, por ese motivo, lo mejor será que yo cuente lo que sienta y vosotros busquéis en este Blog lo que necesitéis.
Espero estar a la altura de vuestras expectativas, y que encontréis aquí toda la información y/o el entretenimiento necesario.
Ya solo me queda agradeceros que hayáis entrado en este Blog, y sugeriros que continuéis contando conmigo en un futuro.
Pero no quiero despedirme, si antes pediros perdón anticipadamente, por cualquier falta gramatical que pudiera cometer. Intentaré ser lo más perfecta que pueda, pero no puedo prometeros no equivocarme, jeje.

Gracias a todos por visitarme.

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martes, 15 de mayo de 2018

RELATO PRESENTADO CONCURSO LITERARIO IES ANA MARÍA MATUTE (2018)



AMARGA COMPAÑIA

Todo estaba dispuesto, aunque nadie lo supiera porque la vida no avisa.
Esa tarde Linda regresaba de su trabajo como empleada de hogar. Fue el único empleo que Linda pudo encontrar para ingresar dinero en casa a pesar de tener una licenciatura en empresariales y dos idiomas.
Su edad, 50 años y sus tres hijos parecían ser un gran impedimento en esta sociedad a la hora de presentar su candidatura en las ofertas de empleo que publicaban las empresas. No le quedó más remedio que mantener su sabiduría dentro de ella y dedicarse a esa otra faceta que como madre y esposa también desempeñaba a la perfección.
Linda sabía que lo más importante en la vida no es el estatus social que te puede proporcionar un empleo de calidad, ya había pasado por esa época en su juventud, antes de conocer a Benjamín.
Benjamín, un joven apuesto que trabajaba bajo sus órdenes como contable en el departamento de administración de una reconocida multinacional.
Los días duros de trabajo hicieron que compartieran muchas horas juntos. Esas comidas y cenas de empresa, los cafés a media mañana y los de por la tarde para despejar los sentidos fueron los que crearon en Linda la ilusión por estar junto a Benjamín el resto de su vida.
Con esa pretensión comenzaron su andadura juntos un año después de mantener un noviazgo de lo más tranquilo y dulce. 
Pocos meses después de vivir juntos en esa casa que Benjamín se había encargado de buscar bastante distante de los padres de Linda porque decía que la familia debía estar siempre lejos para no inmiscuirse en los asuntos de pareja, Linda se quedó embarazada.
Fue la excusa perfecta para que Benjamín hiciera creer a Linda que lo mejor para la nueva situación era que ella dejara su puesto de trabajo y se dedicara al cuidado de la familia ya que trabajando los dos afirmaba que era inviable llevar bien una casa y educar a sus hijos.
A Linda esta postura que Benjamín había planteado le pareció innecesario, pero quería tanto a Benjamín que no podía pensar que existiera ni un ápice de maldad en aquellos pensamientos y decidió aceptar su decisión sin poner objeción.
Así que Linda cambió con agrado sus balances financieros, reuniones con clientes y directivos por pucheros, lavadoras y cambio de pañales.
Fueron años duros y solitarios para Linda, donde Benjamín parecía pasar más tiempo en la oficina que compartiendo su vida con ella y con su hija. Apenas se cruzaban un “Buenos días” o un “Hasta mañana”. La conversación se reducía a cero cuando Linda comenzaba a contarle los problemas familiares a Benjamín, quién siempre se levantaba alejándose de ella reprochándole lo pesada y aburrida que era.
Rápido vinieron a sumarse a la familia dos varones y aunque la familia aumentaba, también aumentaba la soledad que sentía Linda al ver que Benjamín no sólo no compartía la responsabilidad como padre, sino que además cuestionaba cada paso que ella daba en busca de defectos que, aunque no los hubiera siempre aparecía algo que reprocharla colgándole después el letrero de “mala madre”.
Linda sin darse cuenta había dejado de visitar a sus padres con asiduidad, había perdido el contacto con sus amigos por el control exhaustivo que Benjamín tenía sobre sus salidas y entradas al hogar. Se refugiaba en sus quehaceres diarios y su familia era lo más importante en su vida, sus tres hijos y su marido, aquel hombre que a pesar de no conocerle cuando le miraba aún sentía el amor que había nacido en ella años atrás.
A veces también se miraba ella misma al espejo y creía estar viendo en su reflejo a otra persona, no podía encontrar en aquel rostro con tez pálida y ojeras a la dulce joven emprendedora, siempre maquillada para cualquier ocasión y con esa sonrisa que te genera la inocencia. Ahora tenía en su interior la sensación de estar pérdida, un miedo atroz a tomar decisiones sin el consentimiento de Benjamín y un gran vacío anhelando esos abrazos que le cobijaran y le hicieran sentirse en paz.
Ahora en su cabeza aparecían dudas y miedos que nunca antes de su casamiento había sentido y, sólo cuando miraba a sus tres hijos era cuando volvía a sentir calma y recobraba la sensatez que necesitaba para seguir adelante levantándose cada mañana con un halo de ilusión.
Una tarde Benjamín llegó a casa con una triste noticia, había sido despedido. La multinacional alegaba que la crisis había hecho mella en la situación financiera de la empresa y se veían en la necesidad de optimizar costes. Los 45 años de Benjamín suponían un coste elevado para la empresa y Benjamín sería reemplazado por un par de becarios en prácticas. Por unos instantes esas palabras evocaron los recuerdos que Linda tenía del tiempo vivido como directora Financiera, pero, rápidamente bajó a la tierra, evaluó los daños reales y consoló a su marido tal y como le hubiera gustado que hicieran con ella.
La convivencia entre ellos antes del despido laboral de Benjamín no era cómoda, pero el hecho de pasar juntos todo el tiempo entre ochenta metros cuadrados hacía que Linda se sintiera más observada aún y cuestionada por cada paso y cada respiración que daba. Constantemente podía sentir en su oído la voz alta de Benjamín desfogando su frustración contra ella.
La situación fue empeorando a medida que Benjamín veía pasar los años y que su cuenta bancaria empezaba a estar en negativo.
Benjamín no era capaz de encontrar un puesto de trabajo de acuerdo a su valía y tampoco estaba dispuesto a bajar lo que él consideraba su estatus profesional. Pero sí estaba dispuesto a echarle en cara a Linda todos los días los años de manutención gratis, años de vagancia en casa según los llamaba él, años sin aportar ni un euro, pero sí gastando su sueldo sin miramiento, cosa que era totalmente incierta y que solo el mero hecho de escucharlo hacía que Linda se sintiera tan pequeña que quisiera desaparecer como el humo en el aire.
Fue entonces cuando Linda abrió los ojos por primera vez y observó con calma y claridad la verdadera cara e interior de su marido. Se dio cuenta que había justificado lo injustificable por el amor que sentía hacia él y se había estado engañando así misma durante años. Ya era hora de despertar y de volver a encontrar en el espejo el espíritu de esa joven emprendedora, luchadora y con ilusiones que había enterrado poco después de casarse.
Linda buscó y buscó sin éxito durante meses un puesto de trabajo para poder sacar adelante a sus tres hijos, ya lo tenía todo estudiado en su mente, solo necesitaba tiempo y un poco más de paciencia.
Una tarde Linda salió a despejarse a la calle y vio un cartel pegado en la farola de la esquina; “SE NECESITA EMPLEADA DE HOGAR”.
Le faltó tiempo para quitar aquel papel y dirigirse a la dirección que indicaban aquellas letras. Estaba cerca de su casa y no quería perder ni un segundo ni oportunidad de conseguir aquel humilde pero digno puesto de trabajo.
Esa noche Linda llegó a casa sonriendo, le habían aceptado en aquel trabajo.
 Hacía tiempo que Benjamín no veía sonreír a su mujer y a pesar de las buenas noticias que Linda traía, su cara no parecía manifestar la alegría que era de esperar.
Linda pudo recuperar con ese trabajo muchas de las cosas perdidas, entre ellas estaba el color de sus mejillas que ya empezaba a maquillar junto con sus labios y su pelo se tornaba también de nuevo con el color marrón que se había perdido con los años.
Lo que no pudo cambiar Linda fue la frustración que Benjamín llevaba dentro y que parecía crecer cuando ella salía un día tras otro arreglada con semblante seguro y contenta dirección a su trabajo.
Y llegó esa mañana, una mañana como tantas en la que Linda se había vestido y desayunado ya cuando Benjamín la sorprendió en la cocina aún recogiendo la taza de café. Notó en su cara un gesto de dureza que la hizo estremecer y sin saber de donde salieron sus fuerzas soltó rápidamente sin dejarle hablar esa frase larga que llevaba días rondando por su cabeza. - Esto tiene que cambiar de una vez, quiero que nos separemos cuanto antes, mis hijos vendrán conmigo-, y sin esperar respuesta salió dirección a su trabajo.
Linda finalizó su jornada laboral, tomo su bolso y se dirigió caminando a su casa, estaba feliz y ansiosa de dar un giro a su vida. Por fin podía sentir el aire dentro de sus pulmones, ese aire que tanto le había faltado en ocasiones paralizada por un miedo desconocido.
No eran apenas las siete de la tarde cuando giró la llave dentro de su puerta, sus hijos aún estaban fuera dando un paseo con los amigos. Linda entró diciendo como siempre. – Ya estoy en casa -.  Nadie contestó, lo que produjo en ella una sensación de frialdad que recorrió todo su cuerpo.
Entró en su habitación para quitarse los zapatos y ponerse cómoda, todo parecía normal excepto que no sabía donde podía estar Benjamín. Duda que se resolvería al entrar poco después en la cocina dispuesta a preparar la cena de sus hijos.
Ahí estaba Benjamín con el rosto desencajado y lleno de rabia, casi en la misma posición que le había dejado esa mañana después de plantearle su deseo de divorcio. Benjamín se abalanzó sobre ella y la abrazó fuertemente, pero no fue ese abrazo que Linda anheló durante años, sino que fue un abrazo teñido de rojo por aquel cuchillo que portaba la mano derecha de Benjamín y que introdujo con rabia varias veces en el cuerpo de Linda.
 Linda solo tuvo tiempo para despedirse al aire de sus hijos como si pensara que esas palabras pudieran llegar a sus oídos a pesar de no estar ellos allí, cosa que la tranquilizó porque sabía que aquel hombre que estaba aún de pie mirándola como agonizaba no hubiera tenido piedad ni de sus hijos.
Todo estaba dispuesto, aunque nadie lo supiera porque la vida no avisa y puede cambiar nuestro destino en décimas de segundo.

Autor: Mar Mancebo Alameda (2018)