PRESENTADA EN EL CONCURSO " CARTAS DE AMOR" C. CULTURAL DE ALOVERA.- 2º premio
¿CÓMO PUEDO VIVIR SIN TÍ?
Otra vez me encuentro pensando en ti, y, dejo que vuele mi pensamiento hacia un lugar lleno de recuerdos.
De repente esbozo una sonrisa, aquél hombre menudo
del otro lado del vagón, me mira y piensa. - ¿Estará loca?
- “Sí loca, loca de amor diría yo”.
Lo que no sé, es en que momento empecé a sentirme
diferente.
¡A SENTIR!,
sí.
Porque aunque tú no lo creas, y a mi me costase
aceptar la realidad.
Yo estaba muerta en vida antes de conocerte.
Todavía, puedo notar aquel hormigueo dulce, que me
invadió el estómago aquel día.
La voz me temblaba, y, las piernas se quedaron
pegadas al suelo, como si alguien las hubiese clavado con saña.
Te hablo del primer día que te vi.
Mis ojos buscaban con afán encontrarse con los tuyos,
querían expresarte lo que mis labios no podían.
¡Y allí estaban!. Tus grandes ojos, mirándome, entrando
tan hondo en mi cuerpo que, aunque ha pasado ya tiempo, no he podido olvidar aún
esa mirada.
¡Y aquí estoy yo hoy!, enamorada de ti.
Enamorada de la sonrisa que ilumina tu cara.
Enamorada de pequeños detalles que, día a día me
regalas.
Enamorada sin tener un rumbo predefinido.
Sin tener esperanzas de poder decirte lo que siento.
Con la única ilusión de juntar tus ojos y los míos
de nuevo, y, que ellos hablen por nosotros.
Pero, aún sintiéndome así, perdida en un mar de
dudas y de deseos que no puedo desvelarte.
No cambiaría nada.
No cambiaría ese hormigueo que había olvidado ya.
No cambiaría el temblor de mi voz, ni el de mis
piernas al saber que voy a verte de nuevo.
No cambiaría ese gran discurso que siempre me
preparo, pero que nunca llega a salir de mi boca, paralizada al tenerte frente
a mí.
Porque sé, que aunque nuestra unión sea imposible, y que tus labios están tan mudos
como los míos.
Nuestros cuerpos hablan cuando se ven.
Diciéndome entrelíneas, que también tú me necesitas.
Que también tú sueñas conmigo por las noches como lo
hago yo.
Un sueño donde puedes abrazarme, refugiados en la oscuridad
de las miradas de otros, dejándonos
llevar por un sentimiento que se desborda en nuestro interior.
Y, porque sé todo esto. - ¿Cómo puedo vivir sin ti?
Amor mío, un día alguien dijo.- “Mientras hay vida,
hay esperanza”.
Así me siento yo, ¡VIVA!
Viva cuando
te veo, o cuando se que te voy a volver a ver.
Viva cuando llegan hasta mí, recuerdos que hacen que
desvíe la mirada al infinito, y me pierda en un valle lleno de ilusión.
Viva cuando dibujo tu imagen en mi mente, y la
siento tan real, que es capaz de llenar el vacío que deja tú ausencia.
Durante unos
segundos, se apodera de mí un sentimiento de felicidad.
Una felicidad efímera sí, pero que es capaz de
destruir cualquier obstáculo a su paso.
Llego entonces a una conclusión. – Si estoy viva…. ¡también
debe existir en mí la esperanza!
Se dibuja en mi rostro de nuevo una sonrisa, y, ¡miro
rápidamente al fondo del vagón, buscando ver la expresión de la cara de aquel
hombre menudo!.
Veo que ahora es él quién sonríe… Quizá también él, esté enamorado.
Siempre en mi corazón,
PRESENTADA EN EL CONCURSO "CARTAS DE AMOR" CADENA 100.- Ganadora 2º premio
Y LLEGASTE TÚ
Y llegaste tú aquel día gris por fuera, pero que se
lleno de luz en mi interior cuando te vi.
No podía dejar de mirarte, y me pareció imposible, que
un gesto tan simple me llenase tanto.
Que raro es el amor, cuando se busca parece que nunca
llega y cuando menos te lo esperas aparece en un instante y te inunda de golpe.
Hoy han pasado ya muchos años, dentro de unos días será San Valentín, y he
estado pensando, que no es suficiente con felicitarte o hacerte un regalo ese
día.
Más bien lo que quiero hacer, es darte las gracias.
Gracias por ser tú mi mayor y mejor regalo todos los
días.
Gracias por estar conmigo cuando río y cuando lloro.
Gracias por levantarme cuando caigo por las trampas
de la vida y, por darme fuerzas e
ilusiones para seguir adelante.
Gracias por curarme con tu cariño si enfermo.
Gracias por ser como eres.
Y sobre todo, gracias por aparecer aquel día en mi
vida.
Te quiero.
Autor:
Mar Mancebo Alameda (San Valentín 2014)
RELATO CORTO PRESENTADO EN EL CONCURSO REALIZADO POR LA BIBLIOTECA DE CABANILLAS DEL CAMPO (GUADALAJARA)
Próximamente era el cumpleaños de John. Su vigésimo
cumpleaños, eso requería una celebración muy especial. Necesitábamos encontrar
una experiencia novedosa y excitante. Algo que John recordase siempre, aunque
era difícil porque no solía conformarse con cosas triviales.
A John le gustaba navegar por internet en busca de cualquier
asunto escabroso que alguien hubiese colgado. No podía resistirse a investigar
las noticias sobre desapariciones y muertes de personas que por oídas llegaban
a sus manos. Le gustaba mucho leer y uno de sus principales ídolos siempre fue
Agatha Christie. ¡No se le pasaba ni una! Nos contaba siempre sus hipotéticas
teorías donde en alguna ocasión ¡hasta puso en duda las opinión de los expertos!
Hace unos días nuestro amigo Carl paseaba por mi barrio y algo le llamó la atención. Era un folleto algo estridente y un poco arrugado. La publicidad decía - ¿Deseas tener una experiencia inolvidable? Te retamos a ser Sherlock Holmes por unas horas-. Carl no pudo resistir su curiosidad al pensar que esta experiencia venía que ni pintada para celebrar así el cumpleaños de nuestro amigo John, así que se dirigió a la dirección indicada y pasó a informarse.
Era un lugar un poco lúgubre, no muy grande, oscuro y con un olor a rancio. Al oír el timbre que despidió la puerta apareció un hombre alto, algo despeinado, con barba de algunos días y con una mirada tan inquietante que casi podías sentir como penetraba en tu interior.
-¿Qué desea?- preguntó el señor misterioso.
Carl tuvo miedo hasta de respirar, pero contó hasta tres
y soltó – Estoy interesado en conocer sobre qué trata ésta experiencia. Y
enseñó el folleto que había encontrado.
-¡Pues el folleto lo deja bien claro caballero! Como bien
indica, el reto consiste en resolver la identidad de un asesino, para ello
deben saber encontrar las pruebas en el interior de una habitación que
permanecerá cerrada con llave y, no conseguirán la llave salvo que descubran su
identidad. Transcurridas dos horas regresaré para ver si Uds. consiguieron resolver
el reto, de no ser así -hubo un silencio-
la puerta tendría que abrirla yo y Uds. recuperarían su libertad.
Carl no se lo pensó ni un minuto y contrató los servicios de aquel hombre tan misterioso. Después llegó como un rayo a mi casa para contarme todo lo sucedido. Ambos pensamos que el reto era el idóneo para John y no tuvimos ni la menor duda que lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos, dando por hecho que en menos de una hora estaríamos fuera de esa habitación con un subidón de adrenalina tan fuerte que no podríamos olvidar esa experiencia jamás.
Era el día señalado, John, Carl y yo nos dirigimos hacía el callejón angosto donde se encontraba el local. No podíamos ocultar todos nuestros sentimientos, alegría, expectación y si he de ser sincero, también existía una cierta sensación de miedo generada por lo desconocido.
John abrió la puerta del local -sonó el timbre- y entramos al unísono. Allí estaba el hombre enigmático esperándonos, donde casi sin mediar palabra, nos acompañó hacia una habitación sin ventanas y decorada con un ambiente algo tenebroso. Segundos después desapareció sin darnos cuenta y oímos el ruido de la cerradura que nos indicaba que la puerta estaba cerrada y empezaba nuestro tiempo para resolver el reto.
Nos miramos los tres y como locos empezamos a buscar
pruebas por todos los rincones, detrás de los cuadros, debajo de las alfombras,
entre las sábanas de aquella cama sin hacer, entre los papeles del escritorio.
Observamos todo tipo de detalles, los rasguños del papel de la pared, un
mensaje de “Help” escrito en una estantería, incluso hasta unas manchas que
simulaban ser sangre o, eso fue lo que nos pareció creer en ese momento.
Tal y como habíamos anticipado Carl y yo, a John no se le
resistió ni un solo detalle por minucioso que fuese, lo encontró todo y, vaciando
el escritorio empezó a poner allí todas las
pruebas: fotos, restos de artículos de fiesta, guantes usados, un machete de
cazador, documentos con datos personales, etc.
Pudimos deducir por las pruebas que no era solo un caso, eran varias las personas que habían desaparecido y que posteriormente habían sido asesinadas con el mismo “Modus Operandi”, lo que nos llevó a la conclusión de estar buscando a un asesino en serie. Ahora solo nos quedaba encontrar donde actuó el asesino, ponerle cara y ¡Voilà! reto superado y llave conseguida.
John empezó a ir encajando pruebas como si de un puzle se tratase. En una pizarra escribió los datos encontrados y dibujó un mapa marcando con “X” de donde procedían las victimas y con la “Y” el último lugar donde se les vio, con la intención de hallar un punto de unión y conseguir la pista necesaria para encontrar al asesino. -Se produjo un silencio sepulcral.- De nuevo nos miramos los tres pero, esta vez nuestras caras estaban más blancas que la leche y totalmente desencajadas. No podíamos creer lo que estábamos viendo. ¡El mapa!, ¡el recorrido de las víctimas! Todo coincidía y nos llevaba al mismo lugar, ese callejón angosto que nosotros habíamos cruzado hacía apenas una hora. Allí parecía ser el último lugar donde todas las víctimas desaparecían. Demasiadas coincidencias y, empezó a rondar por nuestras cabezas el mismo pensamiento.
Carl estaba inmóvil junto a la cama estrujando unos trozos de una tarjeta de cumpleaños que había encontrado detrás de las cortinas. John le miró y entonces lo vio todo claro. Recordó una noticia que había leído en internet sobre un asesino en serie, un caso aún sin resolver. Los expertos andaban tras la pista de un hombre alto con aspecto algo descuidado y que según los psicólogos debió sufrir algún trauma el día que cumplía los años, ya que la coincidencia entre todas las víctimas era que estaban celebrando ese acontecimiento cuando desaparecían.
Ninguno de nosotros sabía que decir ni que hacer, solo existía silencio y un miedo aterrador por lo que suponíamos que nos iba a pasar cuando la puerta se abriese. No había ni rastro de la llave. Estaba claro que nosotros debíamos ser las siguientes víctimas.
El tiempo excedía ya el límite establecido, no
entendíamos nada y la espera era angustiosa. Carl nos hizo una señal dirigiendo
su mirada hacía la puerta. Se empezaron a escuchar pasos que parecían estar
cada vez más cerca. Nos abrazamos los tres como si el estar unidos nos fuese a
servir para salvar nuestra vida. Alguien introdujo la llave en la cerradura. El
silencio se convirtió esta vez en rezos provenientes de nuestros labios. La
puerta se abrió de un golpe seco y nuestros ojos humedecidos buscaron al hombre
misterioso.
¡No estaba ahí! En su lugar apareció un hombre bajito enseñando una placa y pronunciando las siguientes palabras –Tranquilos chicos estáis a salvo, llevábamos varios meses buscando éste lugar y a éste hombre (enseñándonos al asesino esposado). Así que podéis decir que hoy estáis celebrando vuestra vuelta a la vida.
Autor: Mar Mancebo Alameda (Noviembre 2015)
PRESENTADO EN CONCURSO CADENA SER (OCTUBRE 2016)
UN
MILLÓN DE ESTRELLAS
Año
2017- martes 25 de julio.
Alfred se levantó como todos
los días para dirigirse a su lugar de trabajo. Un espacio de unos escasos
cuatro metros cuadrados separados del resto de sus compañeros por unos finos
paneles que apenas llegaban a alcanzar el metro y medio de altura. Paneles que
intentaban proporcionar intimidad a una mesa llena de teléfonos móviles
despiezados a los que Alfred tenía que encontrar el fallo y ponerle solución.
< ¡Otra vez lo mismo! >,
piensa Alfred al sentarse en su minúscula silla giratoria y coger uno de sus
destornilladores con la misión de ser capaz de arreglar cincuenta unidades en
su jornada de trabajo.
Todo parecía en calma y cada
uno de sus compañeros estaba absorto en lo mismo que él, en reparar aquellos
móviles para no bajar el rendimiento mínimo que les era exigido desde la
dirección de la empresa.
A media mañana Alfred bajó a
tomar café como era su costumbre. Introdujo la moneda en la ranura y su dedo
índice se abalanzó rápidamente como siempre a pulsar el botón de “café con
leche”
¡Bzzzz! sonó algo parecido al
zumbido de una abeja por toda la habitación. La realidad era que aquel sonido
provenía de un cortocircuito que se había producido en todo el edificio.
Alfred completamente
paralizado y con los ojos cerrados podía ver a través de ellos un millón de
estrellas de todos los colores y luces con diferentes formas. Podía sentir como
venían desde el infinito aquellos destellos y se colaban a mucha velocidad por
las cuencas de sus ojos para dejarse caer hasta el interior de su cuerpo,
produciendo un leve cosquilleo y un ligero mareo como si su cuerpo levitara por
el aire.
Lo que le pareció a Alfred una
eternidad no fue en realidad más que unas décimas de segundo.
Alfred abrió sus ojos y lo
primero que miró fue su cuerpo para ver si aún estaba entero.
Cuando se cercioró que así era,
retiró su dedo de aquel botón que ya no existía y desorientado, giró la cabeza
alrededor de sí en busca del resto de las cosas que antes estaban en la
habitación y que ahora se habían volatilizado sin explicación lógica.
< ¿Dónde estoy?, ¿Qué
extraña habitación es esta? >, se preguntaba así mismo Alfred.
Año
2053 – viernes 25 de julio
Alfred ya había encontrado
respuestas. Poco después de salir de aquella habitación desconocida, encontró a
su paso a unos hombres con ropa algo diferente a la que solía anunciar el Corte
Ingles, Zara o cualquiera de esas tiendas de moda para la temporada. Era como
salida de una película de ciencia ficción, como la que hubiese utilizado Robert Zemeckis en su película “Regreso al futuro”
Por supuesto que
no se le ocurrió preguntar, más bien se escondió detrás de aquella pantalla blanca
que ocupaba como tres veces su puesto de trabajo y que poco después descubriría
que era Sara la supervisora de equipo que no se sabe muy bien dónde debía estar
pero que como por arte de magia aparecía y desaparecía su silueta para dar
órdenes por aquella pared parlante.
Alfred intentó
no dejarse ni un detalle por mirar, aquello parecía ser el edificio donde había
entrado esa misma mañana, pero, tenía una estética diferente.
En una esquina
descubrió al grupo de personas a quién Sara se dirigía de vez en cuando, estos
llevaban unas lupas en sus ojos y manejaban entre sus dedos unos microchips del
tamaño de una pulga.
< ¿Qué podría
caber ahí? >, musitaba Alfred a la vez que seguía recorriendo aquella sala
en busca de sus compañeros, de su mesa y del trabajo que aún le quedaba por
hacer.
No había ni
rastro de sus cosas y en su lugar no paraba de encontrar elementos desconocidos
para su época y que aquellos señores utilizaban con la normalidad que el
utilizaba el cepillo de dientes cada mañana. < ¿Se utilizará ya el cepillo
de dientes? >, pensó Alfred arqueando sus labios a modo de sonrisa y siguió
avanzando para intentar descubrir para que se utilizaban aquellos microchips
que tanto le habían llamado su atención.
Entró en una
sala contigua, allí tenían una camilla parecida a las que utilizan hoy en día
los médicos en el quirófano, aunque aquí la camilla no estaba rodeada por
personas si no por máquinas con brazos largos que se movían de un lado a otro
transportando todo tipo de material.
Alfred oyó una
voz, no era Sara. Giró su cabeza 45 grados y pudo ver otra de esas pantallas
blancas y en ella la silueta de otra persona, esta vez un varón que indicaba a
las máquinas que se iba a proceder al implante en breves momentos.
< ¿Implante? >,
se preguntó sin voz Alfred.
Sonó la puerta y
sus láminas desaparecieron para dejar pasar un carril que traía a un joven tumbado
adormilado por la anestesia.
La pantalla parlante comenzó
su frase dirigiéndose a las máquinas.
-Viernes 25 de julio 2053, 12:30pm.
El paciente, un joven de veintiséis años será intervenido para implantarle el
terminal de voz y datos PI200 de la marca ERICA. Pueden proceder a la
intervención.
Las luces de la habitación
temblaron unos segundos al ponerse todas las máquinas a la vez en movimiento
para luego estabilizarse.
< ¡El microchip es un teléfono!,
ese es el implante al que se refirieron antes, ¡un teléfono dentro del oído>,
exclamaba en voz baja Alfred totalmente anonadado por lo que estaba viendo y
oyendo.
Alfred se sentó en un rincón
de la sala y empezó a cavilar para poder sacar conclusiones sobre lo que había
oído.
< La silueta dijo a las
máquinas año 2053, pero, ¡si ésta mañana era el año 2017!, ¿cómo es posible
eso?, debo estar entonces en el futuro >, pensó Alfred.
No podía creer lo que estaba
viviendo e intentó tranquilizarse para poder pensar con claridad cómo habría
podido suceder aquel paso a través del tiempo. Fue entonces cuando centro su
atención en aquel momento en el que su dedo se abalanzó sobre el botón de la
máquina de café y se dio cuenta que aquel cortocircuito que debió coincidir con
el mismo instante en que las máquinas obedecían la orden de intervenir, había
sido el detonante de su viaje en el tiempo. Ahora entendía que aquellas luces que
pasaban a velocidad del rayo a través de sus ojos, eran simplemente la
electricidad que estaba atravesando su cuerpo a gran velocidad para
descomponerlo posteriormente en electrones libres que viajarían a reunirse con
los protones y neutrones de los hilos conductores.
Alfred ya era totalmente consiente
de lo ocurrido sólo le quedaba pensar que tenía que hacer para volver a su mesa
de trabajo que tanto había odiado últimamente y que ahora anhelaba.
Se llevó las manos a la cabeza
y respiró profundamente dándose a sí mismo esperanzas.
< ¡Ya lo tengo! >,
exclamo. < Si vine aquí por causa de un cortocircuito tal vez pueda utilizar
el mismo método para regresar a mi vida >.
Y así lo hizo. Alfred dedujo
que aquellas pantallas blancas debían tener hilos conductores a través de ellas
y sin dudar ni un segundo se levantó de aquél rincón y corrió hasta llegar
justo el interior de la pantalla de la sala.
Las luces empezaron a fallar,
las máquinas giraban locas y llegó por fin el zumbido que él recordaba. Todo se
quedó a oscuras a excepción de los ojos de Alfred que se empezaron a llenar de
esas estrellas y luces que ya le eran familiares.
Rápidamente comenzó a notar el
hormigueo, no sentía ya el peso de su cuerpo y notó de nuevo la sensación de
estar levitando por toda la habitación.
Transcurridos unos segundos
Alfred abrió los ojos y buscó rápidamente con la mirada la máquina de café,
pero no estaba. Con un inmenso miedo miro hacia abajo con la intención al menos
de comprobar que el resto de su cuerpo aún seguía ahí. Alfred no pudo evitar sonreir
aliviado cuando pudo comprobar no sólo que su cuerpo estaba bien, sino que además
su trasero se encontraba sentado en su minúscula silla giratoria de trabajo.
-FIN-
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