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Bienvenidos a mi Blog.
Brevemente os explico cual es el fin de dicho Blog.
Me considero una persona que disfruto y aprendo con todo lo que tengo a mi alrededor y he querido utilizar este medio para que otros también puedan disfrutar de mis conocimientos y experiencias.
No quiero centrar mis publicaciones en un solo tema, por ese motivo, lo mejor será que yo cuente lo que sienta y vosotros busquéis en este Blog lo que necesitéis.
Espero estar a la altura de vuestras expectativas, y que encontréis aquí toda la información y/o el entretenimiento necesario.
Ya solo me queda agradeceros que hayáis entrado en este Blog, y sugeriros que continuéis contando conmigo en un futuro.
Pero no quiero despedirme, si antes pediros perdón anticipadamente, por cualquier falta gramatical que pudiera cometer. Intentaré ser lo más perfecta que pueda, pero no puedo prometeros no equivocarme, jeje.

Gracias a todos por visitarme.

Datos personales

HEMEROTECA LITERARIA



PRESENTADA EN EL CONCURSO " CARTAS DE AMOR" C. CULTURAL DE ALOVERA.- 2º premio


¿CÓMO PUEDO VIVIR SIN TÍ?

Otra vez me encuentro pensando en ti, y, dejo que vuele mi pensamiento hacia un lugar lleno de recuerdos.
De repente esbozo una sonrisa, aquél hombre menudo del otro lado del vagón, me mira y piensa. - ¿Estará loca?

- “Sí loca, loca de amor diría yo”.

Lo que no sé, es en que momento empecé a sentirme diferente.
¡A SENTIR!, sí.
Porque aunque tú no lo creas, y a mi me costase aceptar la realidad.
Yo estaba muerta en vida antes de conocerte.

Todavía, puedo notar aquel hormigueo dulce, que me invadió el estómago aquel día.
La voz me temblaba, y, las piernas se quedaron pegadas al suelo, como si alguien las hubiese clavado con saña.

Te hablo del primer día que te vi.
Mis ojos buscaban con afán encontrarse con los tuyos, querían expresarte lo que mis labios no podían.
¡Y allí estaban!. Tus grandes ojos, mirándome, entrando tan hondo en mi cuerpo que, aunque ha pasado ya tiempo, no he podido olvidar aún esa mirada.

¡Y aquí estoy yo hoy!, enamorada de ti.
Enamorada de la sonrisa que ilumina tu cara.
Enamorada de pequeños detalles que, día a día me regalas.
Enamorada sin tener un rumbo predefinido.
Sin tener esperanzas de poder decirte lo que siento.
Con la única ilusión de juntar tus ojos y los míos de nuevo, y, que ellos hablen por nosotros.

Pero, aún sintiéndome así, perdida en un mar de dudas y de deseos que no puedo desvelarte.
No cambiaría nada.
No cambiaría ese hormigueo que había olvidado ya.
No cambiaría el temblor de mi voz, ni el de mis piernas al saber que voy a verte de nuevo.
No cambiaría ese gran discurso que siempre me preparo, pero que nunca llega a salir de mi boca, paralizada al tenerte frente a mí.

Porque sé, que aunque nuestra unión sea  imposible, y que tus labios están tan mudos como los míos.
Nuestros cuerpos hablan cuando se ven.
Diciéndome entrelíneas, que también tú me necesitas.
Que también tú sueñas conmigo por las noches como lo hago yo.
Un sueño donde puedes abrazarme, refugiados en la oscuridad de las miradas de otros,  dejándonos llevar por un sentimiento que se desborda en nuestro interior.

Y, porque sé todo esto. - ¿Cómo puedo vivir sin ti?  

Amor mío, un día alguien dijo.- “Mientras hay vida, hay esperanza”.

Así me siento yo, ¡VIVA!

 Viva cuando te veo, o cuando se que te voy a volver a ver.
Viva cuando llegan hasta mí, recuerdos que hacen que desvíe la mirada al infinito, y me pierda en un valle lleno de ilusión.
Viva cuando dibujo tu imagen en mi mente, y la siento tan real, que es capaz de llenar el vacío que deja tú ausencia.

 Durante unos segundos, se apodera de mí un sentimiento de felicidad.
Una felicidad efímera sí, pero que es capaz de destruir cualquier obstáculo a su paso.

Llego entonces a una conclusión. – Si estoy viva…. ¡también debe existir en mí la esperanza! 

Se dibuja en mi rostro de nuevo una sonrisa, y, ¡miro rápidamente al fondo del vagón, buscando ver la expresión de la cara de aquel hombre menudo!.

Veo que ahora es él quién sonríe… Quizá también él, esté enamorado.

Siempre en mi corazón,                                                                                 
Mar Mancebo Alameda (abril/2009)




PRESENTADA EN EL CONCURSO "CARTAS DE AMOR" CADENA 100.- Ganadora 2º premio

Y LLEGASTE TÚ

Y llegaste tú aquel día gris por fuera, pero que se lleno de luz en mi interior cuando te vi.
No podía dejar de mirarte, y me pareció imposible, que un gesto tan simple me llenase tanto.
Que raro es el amor, cuando se busca parece que nunca llega y cuando menos te lo esperas aparece en un instante y te inunda de golpe.
Hoy han pasado ya muchos años,  dentro de unos días será San Valentín, y he estado pensando, que no es suficiente con felicitarte o hacerte un regalo ese día.
Más bien lo que quiero hacer, es darte las gracias.
Gracias por ser tú mi mayor y mejor regalo todos los días.
Gracias por estar conmigo cuando río y cuando lloro.
Gracias por levantarme cuando caigo por las trampas de la vida y, por  darme fuerzas e ilusiones para seguir adelante.
Gracias por curarme con tu cariño si enfermo.
Gracias por ser como eres.
Y sobre todo, gracias por aparecer aquel día en mi vida.
Te quiero.

Autor: Mar Mancebo Alameda (San Valentín 2014)




RELATO CORTO PRESENTADO EN EL CONCURSO REALIZADO POR LA BIBLIOTECA DE CABANILLAS DEL CAMPO (GUADALAJARA)

Próximamente era el cumpleaños de John. Su vigésimo cumpleaños, eso requería una celebración muy especial. Necesitábamos encontrar una experiencia novedosa y excitante. Algo que John recordase siempre, aunque era difícil porque no solía conformarse con cosas triviales.  

A John le gustaba navegar por internet en busca de cualquier asunto escabroso que alguien hubiese colgado. No podía resistirse a investigar las noticias sobre desapariciones y muertes de personas que por oídas llegaban a sus manos. Le gustaba mucho leer y uno de sus principales ídolos siempre fue Agatha Christie. ¡No se le pasaba ni una! Nos contaba siempre sus hipotéticas teorías donde en alguna ocasión ¡hasta puso en duda las opinión de los expertos!

Hace unos días nuestro amigo Carl paseaba por mi barrio y algo le llamó la atención. Era un folleto algo estridente y un poco arrugado. La publicidad decía - ¿Deseas tener una experiencia inolvidable? Te retamos a ser Sherlock Holmes por unas horas-.  Carl no pudo resistir su curiosidad al pensar que esta experiencia venía que ni pintada para celebrar así el cumpleaños de nuestro amigo John, así que se dirigió a la dirección indicada y pasó a informarse.

Era un lugar un poco lúgubre, no muy grande, oscuro y con un olor a rancio. Al oír el timbre que despidió la puerta apareció un hombre alto, algo despeinado, con barba de algunos días y con una mirada tan inquietante que casi podías sentir como penetraba en tu interior.

-¿Qué desea?- preguntó el señor misterioso.
Carl tuvo miedo hasta de respirar, pero contó hasta tres y soltó – Estoy interesado en conocer sobre qué trata ésta experiencia. Y enseñó el folleto que había encontrado.

-¡Pues el folleto lo deja bien claro caballero! Como bien indica, el reto consiste en resolver la identidad de un asesino, para ello deben saber encontrar las pruebas en el interior de una habitación que permanecerá cerrada con llave y, no conseguirán la llave salvo que descubran su identidad. Transcurridas dos horas regresaré para ver si Uds. consiguieron resolver el reto, de no ser así -hubo un silencio- la puerta tendría que abrirla yo y Uds. recuperarían su libertad.

Carl no se lo pensó ni un minuto y contrató los servicios de aquel hombre tan misterioso. Después llegó como un rayo a mi casa para contarme todo lo sucedido. Ambos pensamos que el reto era el idóneo para John y no tuvimos ni la menor duda que lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos, dando por hecho que en menos de una hora estaríamos fuera de esa habitación con un subidón de adrenalina tan fuerte que no podríamos olvidar esa experiencia jamás.

Era el día señalado, John, Carl y yo nos dirigimos hacía el callejón angosto donde se encontraba el local. No podíamos ocultar todos nuestros sentimientos, alegría, expectación y si he de ser sincero, también existía una cierta sensación de miedo generada por lo desconocido.

John abrió la puerta del local -sonó el timbre- y entramos al unísono. Allí estaba el hombre enigmático esperándonos, donde casi sin mediar palabra, nos acompañó hacia una habitación sin ventanas y decorada con un ambiente algo tenebroso. Segundos después desapareció sin darnos cuenta y oímos el ruido de la cerradura que nos indicaba que la puerta estaba cerrada y empezaba nuestro tiempo para resolver el reto.
Nos miramos los tres y como locos empezamos a buscar pruebas por todos los rincones, detrás de los cuadros, debajo de las alfombras, entre las sábanas de aquella cama sin hacer, entre los papeles del escritorio. Observamos todo tipo de detalles, los rasguños del papel de la pared, un mensaje de “Help” escrito en una estantería, incluso hasta unas manchas que simulaban ser sangre o, eso fue lo que nos pareció creer en ese momento.
Tal y como habíamos anticipado Carl y yo, a John no se le resistió ni un solo detalle por minucioso que fuese, lo encontró todo y, vaciando el escritorio empezó a  poner allí todas las pruebas: fotos, restos de artículos de fiesta, guantes usados, un machete de cazador, documentos con datos personales, etc.

Pudimos deducir por las pruebas que no era solo un caso, eran varias las personas que habían desaparecido y que posteriormente habían sido asesinadas con el mismo “Modus Operandi”, lo que nos llevó a la conclusión de estar buscando a un asesino en serie. Ahora solo nos quedaba encontrar donde actuó el asesino, ponerle cara y ¡Voilà! reto superado y llave conseguida.

John empezó a ir encajando pruebas como si de un puzle se tratase. En una pizarra escribió los datos encontrados y dibujó un mapa marcando con “X” de donde procedían las victimas y con la “Y” el último lugar donde se les vio, con la intención de hallar un punto de unión y conseguir la pista necesaria para encontrar al asesino. -Se produjo un silencio sepulcral.- De nuevo nos miramos los tres pero, esta vez nuestras caras estaban más blancas que la leche y totalmente desencajadas. No podíamos creer lo que estábamos viendo. ¡El mapa!, ¡el recorrido de las víctimas! Todo coincidía y nos llevaba al mismo lugar, ese callejón angosto que nosotros habíamos cruzado hacía apenas una hora. Allí parecía ser el último lugar donde todas las víctimas desaparecían. Demasiadas coincidencias y, empezó a rondar por nuestras cabezas el mismo pensamiento.

Carl estaba inmóvil junto a la cama estrujando unos trozos de una tarjeta de cumpleaños que había encontrado detrás de las cortinas. John le miró y entonces lo vio todo claro. Recordó una noticia que había leído en internet sobre un asesino en serie, un caso aún sin resolver. Los expertos andaban tras la pista de un hombre alto con aspecto algo descuidado y que según los psicólogos debió sufrir algún trauma el día que cumplía los años, ya que la coincidencia entre todas las víctimas era que estaban celebrando ese acontecimiento cuando desaparecían.

Ninguno de nosotros sabía que decir ni que hacer, solo existía silencio y un miedo aterrador por lo que suponíamos que nos iba a pasar cuando la puerta se abriese. No había ni rastro de la llave. Estaba claro que nosotros debíamos ser las siguientes víctimas.
El tiempo excedía ya el límite establecido, no entendíamos nada y la espera era angustiosa. Carl nos hizo una señal dirigiendo su mirada hacía la puerta. Se empezaron a escuchar pasos que parecían estar cada vez más cerca. Nos abrazamos los tres como si el estar unidos nos fuese a servir para salvar nuestra vida. Alguien introdujo la llave en la cerradura. El silencio se convirtió esta vez en rezos provenientes de nuestros labios. La puerta se abrió de un golpe seco y nuestros ojos humedecidos buscaron al hombre misterioso.

¡No estaba ahí! En su lugar apareció un hombre bajito enseñando una placa y pronunciando las siguientes palabras –Tranquilos chicos estáis a salvo, llevábamos varios meses buscando éste lugar y a éste hombre (enseñándonos al asesino esposado). Así que podéis decir que hoy estáis celebrando vuestra vuelta a la vida.

Autor:  Mar Mancebo Alameda (Noviembre 2015)





PRESENTADO EN CONCURSO CADENA SER (OCTUBRE 2016)

UN MILLÓN DE ESTRELLAS

Año 2017- martes 25 de julio.

Alfred se levantó como todos los días para dirigirse a su lugar de trabajo. Un espacio de unos escasos cuatro metros cuadrados separados del resto de sus compañeros por unos finos paneles que apenas llegaban a alcanzar el metro y medio de altura. Paneles que intentaban proporcionar intimidad a una mesa llena de teléfonos móviles despiezados a los que Alfred tenía que encontrar el fallo y ponerle solución.

< ¡Otra vez lo mismo! >, piensa Alfred al sentarse en su minúscula silla giratoria y coger uno de sus destornilladores con la misión de ser capaz de arreglar cincuenta unidades en su jornada de trabajo.

Todo parecía en calma y cada uno de sus compañeros estaba absorto en lo mismo que él, en reparar aquellos móviles para no bajar el rendimiento mínimo que les era exigido desde la dirección de la empresa.
A media mañana Alfred bajó a tomar café como era su costumbre. Introdujo la moneda en la ranura y su dedo índice se abalanzó rápidamente como siempre a pulsar el botón de “café con leche”

¡Bzzzz! sonó algo parecido al zumbido de una abeja por toda la habitación. La realidad era que aquel sonido provenía de un cortocircuito que se había producido en todo el edificio.
Alfred completamente paralizado y con los ojos cerrados podía ver a través de ellos un millón de estrellas de todos los colores y luces con diferentes formas. Podía sentir como venían desde el infinito aquellos destellos y se colaban a mucha velocidad por las cuencas de sus ojos para dejarse caer hasta el interior de su cuerpo, produciendo un leve cosquilleo y un ligero mareo como si su cuerpo levitara por el aire.

Lo que le pareció a Alfred una eternidad no fue en realidad más que unas décimas de segundo.

Alfred abrió sus ojos y lo primero que miró fue su cuerpo para ver si aún estaba entero.
Cuando se cercioró que así era, retiró su dedo de aquel botón que ya no existía y desorientado, giró la cabeza alrededor de sí en busca del resto de las cosas que antes estaban en la habitación y que ahora se habían volatilizado sin explicación lógica.

< ¿Dónde estoy?, ¿Qué extraña habitación es esta? >, se preguntaba así mismo Alfred.

Año 2053 – viernes 25 de julio

Alfred ya había encontrado respuestas. Poco después de salir de aquella habitación desconocida, encontró a su paso a unos hombres con ropa algo diferente a la que solía anunciar el Corte Ingles, Zara o cualquiera de esas tiendas de moda para la temporada. Era como salida de una película de ciencia ficción, como la que hubiese utilizado Robert Zemeckis en su película “Regreso al futuro”

Por supuesto que no se le ocurrió preguntar, más bien se escondió detrás de aquella pantalla blanca que ocupaba como tres veces su puesto de trabajo y que poco después descubriría que era Sara la supervisora de equipo que no se sabe muy bien dónde debía estar pero que como por arte de magia aparecía y desaparecía su silueta para dar órdenes por aquella pared parlante.

Alfred intentó no dejarse ni un detalle por mirar, aquello parecía ser el edificio donde había entrado esa misma mañana, pero, tenía una estética diferente.
En una esquina descubrió al grupo de personas a quién Sara se dirigía de vez en cuando, estos llevaban unas lupas en sus ojos y manejaban entre sus dedos unos microchips del tamaño de una pulga.

< ¿Qué podría caber ahí? >, musitaba Alfred a la vez que seguía recorriendo aquella sala en busca de sus compañeros, de su mesa y del trabajo que aún le quedaba por hacer.
No había ni rastro de sus cosas y en su lugar no paraba de encontrar elementos desconocidos para su época y que aquellos señores utilizaban con la normalidad que el utilizaba el cepillo de dientes cada mañana. < ¿Se utilizará ya el cepillo de dientes? >, pensó Alfred arqueando sus labios a modo de sonrisa y siguió avanzando para intentar descubrir para que se utilizaban aquellos microchips que tanto le habían llamado su atención.

Entró en una sala contigua, allí tenían una camilla parecida a las que utilizan hoy en día los médicos en el quirófano, aunque aquí la camilla no estaba rodeada por personas si no por máquinas con brazos largos que se movían de un lado a otro transportando todo tipo de material.

Alfred oyó una voz, no era Sara. Giró su cabeza 45 grados y pudo ver otra de esas pantallas blancas y en ella la silueta de otra persona, esta vez un varón que indicaba a las máquinas que se iba a proceder al implante en breves momentos.

< ¿Implante? >, se preguntó sin voz Alfred.

Sonó la puerta y sus láminas desaparecieron para dejar pasar un carril que traía a un joven tumbado adormilado por la anestesia.
La pantalla parlante comenzó su frase dirigiéndose a las máquinas.

-Viernes 25 de julio 2053, 12:30pm. El paciente, un joven de veintiséis años será intervenido para implantarle el terminal de voz y datos PI200 de la marca ERICA. Pueden proceder a la intervención.

Las luces de la habitación temblaron unos segundos al ponerse todas las máquinas a la vez en movimiento para luego estabilizarse.

< ¡El microchip es un teléfono!, ese es el implante al que se refirieron antes, ¡un teléfono dentro del oído>, exclamaba en voz baja Alfred totalmente anonadado por lo que estaba viendo y oyendo.
Alfred se sentó en un rincón de la sala y empezó a cavilar para poder sacar conclusiones sobre lo que había oído.

< La silueta dijo a las máquinas año 2053, pero, ¡si ésta mañana era el año 2017!, ¿cómo es posible eso?, debo estar entonces en el futuro >, pensó Alfred.
No podía creer lo que estaba viviendo e intentó tranquilizarse para poder pensar con claridad cómo habría podido suceder aquel paso a través del tiempo. Fue entonces cuando centro su atención en aquel momento en el que su dedo se abalanzó sobre el botón de la máquina de café y se dio cuenta que aquel cortocircuito que debió coincidir con el mismo instante en que las máquinas obedecían la orden de intervenir, había sido el detonante de su viaje en el tiempo. Ahora entendía que aquellas luces que pasaban a velocidad del rayo a través de sus ojos, eran simplemente la electricidad que estaba atravesando su cuerpo a gran velocidad para descomponerlo posteriormente en electrones libres que viajarían a reunirse con los protones y neutrones de los hilos conductores.
Alfred ya era totalmente consiente de lo ocurrido sólo le quedaba pensar que tenía que hacer para volver a su mesa de trabajo que tanto había odiado últimamente y que ahora anhelaba.

Se llevó las manos a la cabeza y respiró profundamente dándose a sí mismo esperanzas.

< ¡Ya lo tengo! >, exclamo. < Si vine aquí por causa de un cortocircuito tal vez pueda utilizar el mismo método para regresar a mi vida >.

Y así lo hizo. Alfred dedujo que aquellas pantallas blancas debían tener hilos conductores a través de ellas y sin dudar ni un segundo se levantó de aquél rincón y corrió hasta llegar justo el interior de la pantalla de la sala.

Las luces empezaron a fallar, las máquinas giraban locas y llegó por fin el zumbido que él recordaba. Todo se quedó a oscuras a excepción de los ojos de Alfred que se empezaron a llenar de esas estrellas y luces que ya le eran familiares.

Rápidamente comenzó a notar el hormigueo, no sentía ya el peso de su cuerpo y notó de nuevo la sensación de estar levitando por toda la habitación.

Transcurridos unos segundos Alfred abrió los ojos y buscó rápidamente con la mirada la máquina de café, pero no estaba. Con un inmenso miedo miro hacia abajo con la intención al menos de comprobar que el resto de su cuerpo aún seguía ahí. Alfred no pudo evitar sonreir aliviado cuando pudo comprobar no sólo que su cuerpo estaba bien, sino que además su trasero se encontraba sentado en su minúscula silla giratoria de trabajo.

-FIN-


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