Los ángeles sí existen, viven entre nosotros, nos ayudan, nos proporcionan calma, seguridad, nos protegen y cuando creen que su trabajo ha terminado se van para cuidarnos desde cielo.
Mi padre era un ángel, un ángel que decidió venir al mundo a pesar de las dificultades que le estaban esperando.
Él tenía claro cual era su misión y lo primero que hizo cuando respiró nuestro oxigeno fue darle fuerza y compañía a su madre para que pudiera soportar los momentos duros e injustos de la vida.
Su infancia no fue un cuento feliz pero él nunca se quejó, su colegio fue la vida, sus juguetes los aperos de labranza y su ocio el cuidar de sus hermanos cuando su madre no podía estar con ellos.
Un hombre lleno de bondad y amor que era capaz de ofrecer a cualquier conocido o desconocido todo lo suyo aún sabiendo que lo pudiera necesitar él.
Un hombre cuyo rostro reflejaba honestidad, cuya sonrisa paz y cuya mirada emanaba amor infinito.
Un hombre que cuando le necesitabas estaba ahí, lleno de ignorancia pero con valentía e infinitas ganas de ayudar sin pedir nada.
Mi padre, incansable, tenaz y cuyo único deseo era ver alegre a todo ser que le rodeaba.
Un hombre que nunca quiso demostrar flaqueza y cuando la enfermedad quiso instalarse en su cuerpo su sonrisa seguía estando en su cara.
Mi padre, un ángel que me cuidó y me enseñó a vivir.
Un ángel que hace unos días fue llamado al cielo dejando en la tierra los valores, la fuerza y fe que existía en su interior.
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