Era una tarde de otoño. Mamá,
Edgar, Samuel y yo (Lisa) debíamos empaquetar nuestras cosas. Nos mudábamos a
New York. Papá había encontrado por fin un trabajo. Un trabajo lejos de nuestro
pueblo y de nuestro país natal, pero era un trabajo y debíamos abandonar de
nuevo nuestro hogar.
Parecía estar ya todo listo
cuando mamá salió al jardín, se sentó debajo de nuestro ciruelo y lo abrazó como
si de un familiar se tratara y quisiera despedirse.
Permaneció allí inmóvil
durante un largo tiempo, con los ojos húmedos y la tez pálida como la de un
enfermo. Susurrándole palabras que parecían ser una explicación del por qué de
nuestra partida.
Yo no entendía nada, teníamos
un manzano, un peral, un limonero y un montón de flores más en el jardín y la excepción
sólo la tuvo con el ciruelo.
Dieciséis años antes.-Viernes 22 de noviembre 6:30 AM.
Margot empezó a sentir
contracciones, ya era la hora, Lisa quería conocer ya el mundo y empezada a
mandar señales al vientre de Margot. Quién sin dudarlo junto con un familiar
partieron rumbo al hospital. Lisa no tardó en pronunciar su primer llanto. Poco
después fueron aparecieron familiares y familiares para conocer a Lisa. Todos
aparecían sonrientes por aquella gran puerta blanca y con varios obsequios para
la recién nacida.
Y allí estaba en aquella
repisa de hospital junto con las medicinas, una pequeña maceta con un ciruelo
tan minúsculo como Lisa.
Margot no paraba de mirar a
Lisa y luego al ciruelo comparando lo pequeño y débiles que ambos eran <Tendré
que cuidarles para que crezcan los dos sanos >, reflexionaba Margot.
A los pocos días Lisa, Margot
y el ciruelo regresaron a su hogar. Era justo lo que necesitaban, un piso
pequeño para que Lisa creciera feliz y una terraza donde poder hacer crecer también
el ciruelo.
Iban pasando los años y
efectivamente, Lisa crecía y su ciruelo le seguía a la par como si de una
competición se tratara.
Si Lisa correteaba por aquel
piso sonriendo, el ciruelo agitaba sus ramas al viento cuando la veía. Si Lisa
enfermaba, se podía ver al ciruelo con sus ramas lánguidas como si ambos fuesen
uno y pudiera sentir en su interior los mismos males que la niña. Y cuando
llegaba el otoño y él tiraba sus hojas, Lisa las recogía e intentaba pegárselas
de nuevo porque decía que el ciruelo estaba triste sin ellas.
A Margot siempre le gustaba pensar
que aquello era un indicador de simbiosis entre Lisa y aquel ciruelo que llegó
a sus manos en sus primeros momentos de vida.
Quien les iba a decir que
aquel ciruelo minúsculo plantado en una maceta y colocado una pequeña terraza,
sería capaz de crecer y crecer sano año tras año, regalando su fruto como gesto
de alegría.
Tres años más tarde, Lisa y su
ciruelo iban a tener un hermanito. Por lo que aquel piso pequeño ya no daba más
de sí y necesitaban buscar otro lugar.
Margot empezó a buscar ese
sitio donde la familia pudiera sentirse cómoda y unos meses más tarde un camión
se plantaba en la calle para cargar todos los enseres que habían habitado en
aquel piso pequeño de ciudad. El primero en montarse no podía ser otro que el ciruelo,
ahí estaba en su maceta, viajando en aquel camión rumbo al nuevo hogar.
Llegaron a la casa, primero la
familia en su coche y tras ellos el gran camión. Margot había pensado en todos,
Lisa tenía una gran habitación y mucho sitio para corretear como le gustaba a
ella. Samuel, el nuevo miembro de la familia, también tenía ya su habitación
esperando recibirle pronto. Edgar tenía su despacho y Margot tenía un gran jardín
para poder plantar el ciruelo, esta vez en el suelo como se había ganado ya por
la generosidad que había mostrado dando su rico fruto a la familia.
Margot no tardó en cavar un gran
hoyo para que el ciruelo estuviera cómodo, lo introdujo en él y cuando estaba
regándolo, Samuel decidió hacer la primera visita al mundo.
< Pura coincidencia>,
pensó Margot. < o, ¿era otro símbolo de unión y vida?>.
Margot al igual que ocurrió
con Lisa regresó a la casa, aunque esta vez junto con Samuel. <La familia
iba creciendo>, pensaba Margot. Quien
no podía evitar sentirse feliz al ver a todos juntos en aquella casa, Lisa,
Samuel, Edgar y el ciruelo.
Durante los años siguientes el
ciruelo no paraba de crecer y su tronco adquirió una forma extraña de donde
salieron ramas a ambos lados como si fueran brazos largos donde poder cobijarse
entre ellos en los malos momentos o, simplemente para servir de ayuda y subirse
a por su fruto como hacía Samuel cuando Margot no le veía.
< Fueron años de dicha
viendo como Lisa, Samuel y el ciruelo crecían sanos al unísono >, meditaba Margot.
Y ahora, era el momento de decirle adiós, esta vez no podía hacer el viaje con
la familia al nuevo hogar. El trayecto era muy largo y en la nueva casa no
existía jardín ni tan siquiera una pequeña terraza donde poder ubicarlo. Era el
momento de separarse, el coche estaba ya esperando y, Margot notó como si se le
hubiese arrancado un pedazo de su cuerpo. No entendía aquel enorme vínculo que
se había creado entre su familia y aquel ciruelo, pero si tenía claro el
sentimiento de estar dejando algo más que un simple árbol y que siempre
permanecería en su recuerdo a pesar de los años y la distancia.
Como así ocurrió, dos años más
tarde Margot no pudo resistir telefonear a la familia que adquirió su vivienda,
una pareja joven con un embarazo en curso. Margot preguntó a Emily como les
había tratado la vida en donde fue un día su hogar, no pudiendo evitar hacer hincapié
en conocer el estado de su ciruelo, a lo que Emily rápido le contó como los
primeros meses después de su partida empezó a palidecer hasta tal punto que
pensaron en talarle, cosa que nunca ocurrió porque la tarde que eligieron
cortarle Emily se puso de parto. Margot suspiró aliviada y Emily prosiguió contando
como días después al regresar ella y su bebe a casa salieron al jardín a tomar
unos rayos de sol, miró el ciruelo y no podía salir de su asombro al ver como
de aquel tronco negruzco y seco empezaban a brotar pequeñas hojas verdes
indicando las ganas de vivir. Emily terminó su conversación diciendo, hoy
alcanza ya el tejado de la casa.
Margot sintió una paz interior,
había descubierto que la misión de aquel árbol iba más allá de dar sombra o su propio
fruto. Demostró ser el árbol de la vida y Margot sabía ahora que el mejor lugar
para su ciruelo estaba en aquel hoyo grande que le hizo en el jardín, aunque, eso
significara que ya no pudieran nunca más estar juntos.
-FIN -
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