UN
MILLÓN DE ESTRELLAS
Año
2017- martes 25 de julio.
Alfred se levantó como todos
los días para dirigirse a su lugar de trabajo. Un espacio de unos escasos
cuatro metros cuadrados separados del resto de sus compañeros por unos finos
paneles que apenas llegaban a alcanzar el metro y medio de altura. Paneles que
intentaban proporcionar intimidad a una mesa llena de teléfonos móviles
despiezados a los que Alfred tenía que encontrar el fallo y ponerle solución.
< ¡Otra vez lo mismo! >,
piensa Alfred al sentarse en su minúscula silla giratoria y coger uno de sus
destornilladores con la misión de ser capaz de arreglar cincuenta unidades en
su jornada de trabajo.
Todo parecía en calma y cada
uno de sus compañeros estaba absorto en lo mismo que él, en reparar aquellos
móviles para no bajar el rendimiento mínimo que les era exigido desde la
dirección de la empresa.
A media mañana Alfred bajó a
tomar café como era su costumbre. Introdujo la moneda en la ranura y su dedo
índice se abalanzó rápidamente como siempre a pulsar el botón de “café con
leche”
¡Bzzzz! sonó algo parecido al
zumbido de una abeja por toda la habitación. La realidad era que aquel sonido
provenía de un cortocircuito que se había producido en todo el edificio.
Alfred completamente
paralizado y con los ojos cerrados podía ver a través de ellos un millón de
estrellas de todos los colores y luces con diferentes formas. Podía sentir como
venían desde el infinito aquellos destellos y se colaban a mucha velocidad por
las cuencas de sus ojos para dejarse caer hasta el interior de su cuerpo,
produciendo un leve cosquilleo y un ligero mareo como si su cuerpo levitara por
el aire.
Lo que le pareció a Alfred una
eternidad no fue en realidad más que unas décimas de segundo.
Alfred abrió sus ojos y lo
primero que miró fue su cuerpo para ver si aún estaba entero.
Cuando se cercioró que así era,
retiró su dedo de aquel botón que ya no existía y desorientado, giró la cabeza
alrededor de sí en busca del resto de las cosas que antes estaban en la
habitación y que ahora se habían volatilizado sin explicación lógica.
< ¿Dónde estoy?, ¿Qué
extraña habitación es esta? >, se preguntaba así mismo Alfred.
Año
2053 – viernes 25 de julio
Alfred ya había encontrado
respuestas. Poco después de salir de aquella habitación desconocida, encontró a
su paso a unos hombres con ropa algo diferente a la que solía anunciar el Corte
Ingles, Zara o cualquiera de esas tiendas de moda para la temporada. Era como
salida de una película de ciencia ficción, como la que hubiese utilizado Robert Zemeckis en su película “Regreso al futuro”
Por supuesto que
no se le ocurrió preguntar, más bien se escondió detrás de aquella pantalla blanca
que ocupaba como tres veces su puesto de trabajo y que poco después descubriría
que era Sara la supervisora de equipo que no se sabe muy bien dónde debía estar
pero que como por arte de magia aparecía y desaparecía su silueta para dar
órdenes por aquella pared parlante.
Alfred intentó
no dejarse ni un detalle por mirar, aquello parecía ser el edificio donde había
entrado esa misma mañana, pero, tenía una estética diferente.
En una esquina
descubrió al grupo de personas a quién Sara se dirigía de vez en cuando, estos
llevaban unas lupas en sus ojos y manejaban entre sus dedos unos microchips del
tamaño de una pulga.
< ¿Qué podría
caber ahí? >, musitaba Alfred a la vez que seguía recorriendo aquella sala
en busca de sus compañeros, de su mesa y del trabajo que aún le quedaba por
hacer.
No había ni
rastro de sus cosas y en su lugar no paraba de encontrar elementos desconocidos
para su época y que aquellos señores utilizaban con la normalidad que el
utilizaba el cepillo de dientes cada mañana. < ¿Se utilizará ya el cepillo
de dientes? >, pensó Alfred arqueando sus labios a modo de sonrisa y siguió
avanzando para intentar descubrir para que se utilizaban aquellos microchips
que tanto le habían llamado su atención.
Entró en una
sala contigua, allí tenían una camilla parecida a las que utilizan hoy en día
los médicos en el quirófano, aunque aquí la camilla no estaba rodeada por
personas si no por máquinas con brazos largos que se movían de un lado a otro
transportando todo tipo de material.
Alfred oyó una
voz, no era Sara. Giró su cabeza 45 grados y pudo ver otra de esas pantallas
blancas y en ella la silueta de otra persona, esta vez un varón que indicaba a
las máquinas que se iba a proceder al implante en breves momentos.
< ¿Implante? >,
se preguntó sin voz Alfred.
Sonó la puerta y
sus láminas desaparecieron para dejar pasar un carril que traía a un joven tumbado
adormilado por la anestesia.
La pantalla parlante comenzó
su frase dirigiéndose a las máquinas.
-Viernes 25 de julio 2053, 12:30pm.
El paciente, un joven de veintiséis años será intervenido para implantarle el
terminal de voz y datos PI200 de la marca ERICA. Pueden proceder a la
intervención.
Las luces de la habitación
temblaron unos segundos al ponerse todas las máquinas a la vez en movimiento
para luego estabilizarse.
< ¡El microchip es un teléfono!,
ese es el implante al que se refirieron antes, ¡un teléfono dentro del oído>,
exclamaba en voz baja Alfred totalmente anonadado por lo que estaba viendo y
oyendo.
Alfred se sentó en un rincón
de la sala y empezó a cavilar para poder sacar conclusiones sobre lo que había
oído.
< La silueta dijo a las
máquinas año 2053, pero, ¡si ésta mañana era el año 2017!, ¿cómo es posible
eso?, debo estar entonces en el futuro >, pensó Alfred.
No podía creer lo que estaba
viviendo e intentó tranquilizarse para poder pensar con claridad cómo habría
podido suceder aquel paso a través del tiempo. Fue entonces cuando centro su
atención en aquel momento en el que su dedo se abalanzó sobre el botón de la
máquina de café y se dio cuenta que aquel cortocircuito que debió coincidir con
el mismo instante en que las máquinas obedecían la orden de intervenir, había
sido el detonante de su viaje en el tiempo. Ahora entendía que aquellas luces que
pasaban a velocidad del rayo a través de sus ojos, eran simplemente la
electricidad que estaba atravesando su cuerpo a gran velocidad para
descomponerlo posteriormente en electrones libres que viajarían a reunirse con
los protones y neutrones de los hilos conductores.
Alfred ya era totalmente consiente
de lo ocurrido sólo le quedaba pensar que tenía que hacer para volver a su mesa
de trabajo que tanto había odiado últimamente y que ahora anhelaba.
Se llevó las manos a la cabeza
y respiró profundamente dándose a sí mismo esperanzas.
< ¡Ya lo tengo! >,
exclamo. < Si vine aquí por causa de un cortocircuito tal vez pueda utilizar
el mismo método para regresar a mi vida >.
Y así lo hizo. Alfred dedujo
que aquellas pantallas blancas debían tener hilos conductores a través de ellas
y sin dudar ni un segundo se levantó de aquél rincón y corrió hasta llegar
justo el interior de la pantalla de la sala.
Las luces empezaron a fallar,
las máquinas giraban locas y llegó por fin el zumbido que él recordaba. Todo se
quedó a oscuras a excepción de los ojos de Alfred que se empezaron a llenar de
esas estrellas y luces que ya le eran familiares.
Rápidamente comenzó a notar el
hormigueo, no sentía ya el peso de su cuerpo y notó de nuevo la sensación de
estar levitando por toda la habitación.
Transcurridos unos segundos
Alfred abrió los ojos y buscó rápidamente con la mirada la máquina de café,
pero no estaba. Con un inmenso miedo miro hacia abajo con la intención al menos
de comprobar que el resto de su cuerpo aún seguía ahí. Alfred no pudo evitar sonreir
aliviado cuando pudo comprobar no sólo que su cuerpo estaba bien, sino que además
su trasero se encontraba sentado en su minúscula silla giratoria de trabajo.
-FIN-
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